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El mar, el mar🌊
Irish Murdoch se puso de moda👁️
El mar, el mar, la novela de la escritora irlandesa Iris Murdoch, publicada en 1978, recorre las redes sociales como una ola🏄🏽♀️.
Y como una ola, arrasa también a sus lectores.
Les pasa por encima, los voltea y los deja un poco despeinados, sin saber muy bien qué acaba de pasar, qué acaban de leer; porque no hay muchas cosas que se le parezcan.
Cuarenta años más tarde, a esta novela no le falta un sólo ingrediente para ser una lectura de rabiosa actualidad que fascine a los lectores más ávidos y exigentes.
Tal vez eso haya tenido algo que ver para que su portada (la de la edición de DEBOLS!LLO) se haya convertido en una estampa ubicua entre las publicaciones en redes que abordaron las lecturas de verano.
Como un pequeño secreto a voces que los círculos de escritores, editores, críticos literarios, periodistas culturales y prescriptores del sector, han ido rodando poco a poco, alimentando la marea, hasta hacerla llegar a los pies de un nuevo lector, todavía situado a la orilla de este fenómeno literario que se ha probado atemporal.

El mar, El mar. La casa del libro
Charles Arrowby es el malogrado héroe de la historia de Murdoch.
Un algo trasnochado director de teatro que, tras una insospechada revelación, decide retirarse de los escenarios, de su vida en Londres, de sus esnobistas círculos sociales, para enclaustrarse en Shruff End, una vieja casa aislada junto a la escarpada casa inglesa en la que planea escribir sus memorias.
Allí, podemos sumergirnos en la nueva cotidianidad de Arrowby, en la que caben sesiones de natación en el oscuro mar o unos gustos gastronómicos propios del más errático delirio gourmet🍱.
A ratos, lo sublime asoma en forma de detalles inquietantes que al lector le cuesta dejar atrás más que al propio protagonista. ¿Hay algo en el mar? ¿Hay otra presencia en la casa de la que Charles no se ha percatado?
Entonces, la novela vira, obligando al lector a girar sobre sus talones.
Alguien aparece y la atención se distrae hacia ella, el amor de infancia del héroe, y da comienzo una espiral irrefrenable que convierte al lector en rehén.
Déborah García Sánchez-Marín, divulgadora de historia del arte y cultura audiovisual, autora de España es esto y todo lo contrario, leyó la mayor parte de la novela junto a las costas guipuzcoanas, y al terminarla se confesaba fascinada.
No sabía si estaba leyendo una novela de terror o unas memorias de un personaje del mundo del teatro. Es algo que Iris Murdoch realiza de manera prodigiosa. Lo que hace con el espejismo del amor, con las obsesiones masculinas acerca del amor o con la juventud…Pero también la manera en la que aborda cómo en Occidente, en ese momento, estaban fascinados por la filosofía oriental, el budismo, El libro tibetano de los muertos. Es una novela que muta. Cuando te asientas en la idea de que va a tratar sobre el reencuentro con el primer amor, de repente suceden cosas híper siniestras y, después, encontramos algo de claridad.”
La lectura de El mar, el mar, para quienes la abordaron el pasado verano, fue casi una experiencia colectiva, un intercambio de impresiones que se volcó en forma de tuits y posts de Instagram.
“Me fascina que Twitter sirva para darnos la oportunidad de leer casi al mismo tiempo una novela que, de otra manera, no hubiera llegado a muchas de nosotras”, reflexiona García Sánchez-Marín, “Hay cosas que funcionan porque tienen detrás un componente editorial de marketing muy fuerte, y otras que simplemente pasan porque nos hemos dado cuenta de que en esta novela está todo.”
La escritora se refiere al efecto arrollador de las mesas de novedades.
El contexto editorial propicia para sus nuevos títulos ciclos vitales cada vez más cortos, con esfuerzos de comunicación desiguales, y los títulos que no son de nueva edición tienen pocas posibilidades de gozar de ellos.
Lo que ha ocurrido con El mar, el mar, se podría decir que ha tenido más que ver con un boca-oreja relativamente espontáneo👂.
Y por eso, puede ser un buen momento para enfrentarse a un libro que la crítica se ha ocupado de ensalzar, que ha sobrevivido a los años, a reediciones, a análisis...
La primera regla del buen estilo a la hora de escribir una obra literaria, y casi la única, según Schopenhauer, es la siguiente: hay que tener algo que decir.
Iris Murdoch, que concebía la novela como un cauce de exploración filosófica, siempre tenía algo que decir cuando cogía un bolígrafo. Pero, además de tener algo que decir, tenía algo que compartir y algo que debatir.
Comenzar un ensayo, como ella hizo, con la frase “No estoy segura de tener razón en lo que digo” es toda una declaración de intenciones, y por nuestra parte, confesamos, que alguien que empieza de ese modo cualquier escrito tiene ya toda nuestra atención y toda nuestra simpatía.
También el protagonista de El mar, el mar se sienta ante una hoja en blanco porque tiene algo que decir, aunque él es menos modesto: “He sufrido un cambio moral”, afirma en las primeras páginas, y se dispone a hablar sobre ello.
A partir de entonces, se despliega ante el lector un escenario donde le veremos ir a comprar pimientos verdes o sentarse a arreglar el mango de un martillo; queremos decir que la novela se desarrolla no en el terreno atemporal de la abstracción –metáforas las justas– sino en el relato discursivo del día a día.
Murdoch parece disfrutar bajando los humos a sus personajes, y así, tras la epifanía, el protagonista se verá obligado a poner los pies en tierra admitiendo que, de momento, no encuentra hacia dónde encaminar su recién estrenada bondad. El sentido del humor de Murdoch se recrea en lo contingente y lo concreto. Huye de lo transcendental: “He vuelto a visitar al médico”, escribirá el narrador en las últimas páginas, “y sigue diciendo que no me encuentra nada. ¡Ya empezaba a preguntarme si toda esta ‘sabiduría’ no sería el anuncio de un colapso físico!”.
Para los lectores antirrománticos, El mar, el mar supondrá una estupenda fuente de citas que presentan el matrimonio como destrucción moral: “El matrimonio es una especie de lavado de cerebro que obliga a la aceptación de muchísimos horrores”; “Uno de los horrores del matrimonio es la suposición de que los miembros de la pareja han de decírselo todo”; “Todo matrimonio que perdura se basa en el miedo”.
Sin embargo, Murdoch es una firme defensora del amor, entendido no a la manera de Sartre, quien, a sus ojos, lo reducía a “una batalla entre dos hipnotizadores en una habitación cerrada”.
Su manera de entender el compromiso entre dos personas tiene que ver más bien con esa tolerancia hacia el otro que la inclinaba, como escritora, a la creación de personajes.
En definitiva, el amor es darse cuenta de que el otro existe: “El amor es la comprensión extremadamente difícil de que algo distinto a uno mismo es real. El amor, como el arte y la moral, es el descubrimiento de la realidad”.
Esto y no otra cosa es lo que le falla a Charles Arrowby.
Al no haber más allá de él nada que le importe demasiado, es incapaz de percibir la existencia ajena, y el respeto por el otro necesita una mínima curiosidad previa.
Y hasta aquí podemos contar🫢.
Si decides sumergirte en el oscuro mar embravecido de Murdoch, estamos convencidos de que no lo vas a lamentar.
¡Buen fin de semana y nos vemos el lunes!