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El descubrimiento que no lo cambio todo pero casi

y como (casi) siempre por un accidente.

El ser humano ha fabricado un total de 8.300 millones de toneladas de plásticos, una masa equivalente a casi 160.000 barcos como el Titanic.

Y sólo el 9% de esta cantidad se recicla.

Por lo que no puede extrañarnos que la contaminación plástica se haya convertido en uno de los problemas ambientales más candentes de nuestra era.

Pero esta tendencia tan necesaria no debería llevarnos a olvidar que al plástico le debemos mucho de nuestro mundo actual.

Y es que si hoy disfrutamos de numerosas comodidades es, en gran medida, gracias a una historia que comenzó en 1907 con la invención del primer plástico sintético.

Hoy en día puede no sonarnos y, sin embargo, llegó a ser tan omnipresente que incluso su inventor se quedó corto al describirla como “el material de los mil usos”.

Así que, vamos a ver hoy la historia de este curioso descubrimiento y cómo supuso un cambio radical en nuestro día a día.

En el siglo XIX, la expansión de la industrialización pedía nuevos materiales moldeables que permitieran la fabricación de todo tipo de artículos.

Y aunque los químicos ya conocían los polímeros, compuestos formados por cadenas de unidades repetidas que se prestaban a este tipo de manipulación, no terminaban de ser suficientes para lo que se quería.

En 1870 el estadounidense John Wesley Hyatt modificó químicamente la celulosa, un polímero presente en las plantas, para producir el celuloide.

Hyatt creó el material para optar a un premio de 10.000 dólares que ofrecía un fabricante de bolas de billar de Nueva York a quien ofreciera un sustituto al entonces ya escaso marfil, pero el celuloide acabó empleándose para diversos objetos, incluyendo los rollos de película por los que hoy lo conocemos.

Sin embargo, una aplicación especialmente crítica requería materiales más novedosos.

En el siglo XIX los cables eléctricos se aislaban utilizando goma laca (shellac), una resina natural segregada por la cochinilla laca (Kerria lacca), un pequeño insecto rojo que habita en el sudeste de Asia.

La goma laca se empleaba para la fabricación de otros objetos como los discos de gramófono de 78 revoluciones por minuto. Pero era previsible que un material obtenido de una fuente tan limitada e inaccesible terminara escaseando, y a comienzos del siglo XX surgió la necesidad de buscar una alternativa.

El primero que dio con la fórmula idónea fue el belga afincado en Nueva York Leo Baekeland, que ya había hecho fortuna vendiendo a Kodak su invención del primer papel fotográfico comercial, Velox.

En 1907 solicitó la patente para su nuevo compuesto, un polioxibencilmetilenglicolanhidrido (¿clarito no?) al que denominó Bakelite, tras combinar accidentalmente formaldehído con fenol y comprobar que esta mezcla no se derretía bajo calor o estrés.

Leo Hendrik Baekeland, Wikimedia

Acababa de nacer el primer plástico comercial completamente sintético, moldeable en caliente y que una vez enfriado producía un material duro y resistente al calor, a la electricidad y a los solventes.

Por lo que su aplicación como aislante eléctrico fue inmediata y sus usos comenzaron a proliferar.

“Su impacto se sintió en una variedad de industrias, desde la producción de mangos de paraguas y pipas para fumar hasta el sector del automóvil, el eléctrico y el de radios”

“Incluso hoy, las resinas fenólicas son esenciales en los llamados aviones invisibles”

Joris Mercelis, Universidad Johns Hopkins

Claro que los usos de la baquelita no se limitaron a componentes tecnológicos: botones, fichas y piezas de juegos y juguetes, armas de fuego, utensilios de cocina, guitarras eléctricas o incluso joyería; el nuevo plástico pasó de rellenar el hueco de una demanda concreta a impulsar de forma general el desarrollo industrial.

Contribuyó a la expansión o la transformación de otras industrias, varias de las cuales estuvieron en el núcleo de la llamada segunda revolución industrial.

Espoleado por el brillante éxito de su producto, Baekeland eligió un ambicioso emblema para su compañía: el símbolo matemático de infinito.

Pero además, el invento de Baekeland abrió el camino a una nueva industria de plásticos sintéticos con innumerables aplicaciones.

Sin embargo, la baquelita tenía sus evidentes limitaciones: era resistente, pero frágil. La dureza y la falta de flexibilidad que la hacían idónea para ciertos usos eran un inconveniente para otros: no se podían fabricar embalajes o tejidos, ni nada transparente u objetos ligeros.

Además, algunas de las variedades más exitosas de baquelita solo podían producirse en una gama muy limitada de colores, y el color se convirtió en una herramienta de marketing de importancia cada vez mayor a partir de los años 20.

Fue por ello que las compañías petroquímicas se lanzaron a la investigación de nuevos plásticos derivados a partir de los subproductos del procesamiento de los combustibles fósiles.

Así, comenzaron a surgir compuestos más versátiles como el polietileno o el policloruro de vinilo (PVC), que reemplazaron a la baquelita en muchas de sus aplicaciones, incluyendo algunas de aquellas para las cuales fue originalmente inventada.

Pero incluso hoy, el legado de Baekeland no ha desaparecido por completo: como mínimo, a él debemos agradecerle el poder agarrar una sartén caliente sin quemarnos la mano.

Y hasta aquí el primer mes del año, el miércoles nos volvemos a ver con un nuevo tema. ¿Adivinas cuál puede ser🥰?