- Dark Academia
- Posts
- Cómo podemos renunciar a la venganza...
Cómo podemos renunciar a la venganza...
... y otras reflexiones filosóficas (I)
Nos hemos convencido de que únicamente la espiritualidad es capaz de hacernos reflexionar acerca de la necesidad del perdón.
Nosotros pensamos que no.
Y para demostrar esta afirmación, vamos a ver estas semanas a un conjunto de filósofos que desde sus áreas de conocimiento, se centraron en el ser humano como un ser que, dotado de racionalidad, discernimiento, y sentido común, es capaz de obrar a favor de los demás mediante la experiencia del perdón.
Pensamos también que esta reflexión acerca del perdón nos puede ayudar a comprender mejor estos tiempos que vivimos, tanto en su complejidad como en su conflictividad.
Porque una cosa está clara: no es fácil perdonar.
Y aunque estos pensadores trataron de dar una respuesta racional a los conflictos de su época, tal vez en ellos encontremos algunas propuestas certeras y oportunas para los tiempos actuales en los que, a pesar del avance de la tecnología, la venganza sigue estando presente en las más variadas facetas de la vida.
De ahí la necesidad de una propuesta racional acerca del perdón.
Así que, para empezar este camino tan interesante, vamos a ver la posición radical de Hobbes con respecto al perdón para pasar a la propuesta de Rousseau, mucho más reconciliadora.
Según el filósofo inglés Thomas Hobbes (1588-1679), la especie humana se divide en rebaños de ganado, cada uno con su líder que lo vigila para devorarlo.
Las personas actúan continuamente los unos contra otros y tienden a crecer a expensas de sus vecinos; así, los débiles corren el peligro de ser pronto devorados por los fuertes.
Por tanto, para Hobbes, la finalidad de la guerra es destruir al enemigo y, si se habla de perdón, es sólo para tomar precauciones con respecto al futuro.
Por lo que una vez que se hayan dado las garantías para el futuro, se debe optar por el perdón de las ofensas pasadas de aquellos que se arrepienten y piden perdón.
Perdonar se alza como valor fundamental para acordar la paz.
No obstante si se persiste en la hostilidad (no es la paz, sino la violencia) y si no dan garantías para el futuro, es una posición contraria a la naturaleza.
De ahí que la República, si quiere ser viable, debe ser confiada a una sola persona, el gran Leviatán, el dios mortal, que hará reinar la paz y la protección de todos, que deberá fiarse de las disposiciones internas del individuo.
Por otra parte tenemos a Jean Jacques Rousseau (1712-1778) quien dice que donde no hay conflictos, no hay historia, y donde no hay historia, no hay hombres.
Sin embargo, pese a este carácter estructural de la violencia, se debe tener fe en la posibilidad de alcanzar la paz, que consiste en una especie de retorno al Edén: lugar de armonía y de bondad.
Si para Hobbes, los seres humanos están en un estado de guerra permanente (homo homini lupus), Rousseau habla de la necesidad de reconciliarse en un pacto social.
Su consideraciones llegan a tal punto que, aceptando que los hombres no podrían subsistir más en el estado de naturaleza, el género humano perecería si no cambiase su manera de ser.
Es por ello por lo que se debe encontrar una forma de asociación que defienda y proteja con toda su fuerza colectiva a la persona y los bienes de cada socio.
Y dicha idea se expone esta sentencias de su obra sobre el contrato social:
«Cada uno de nosotros pone en común su persona y todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general y nosotros recibimos corporativamente a cada miembros como una parte indivisible del todo»
La transición desde el estado de naturaleza al estado civil supone en el hombre un cambio más que notable, sustituyendo en su conducta la justicia por los instintos violentos y agresivos y dando a sus acciones una moralidad de que carecían anteriormente.
Con ella, la voz del deber pide consultar la razón antes de escuchar sus inclinaciones, haciendo ésta [la razón] al hombre verdaderamente dueño de sí mismo.
Es decir, ahora cada ciudadano debe hacer el bien y evitar cometer el mal.
Son todos iguales gracias al contrato social, y lo que todos deben hacer, todos lo pueden prescribir; nadie tiene el derecho de exigir que otro haga lo que él mismo no hace.
Es precisamente este derecho el que es indispensable para hacer vivir y hacer funcionar el cuerpo político: el ciudadano acata todas las leyes, incluso a las que fueron implantadas contra su voluntad.
El bien común resultaría, entonces, evidente en todas partes y sólo se requeriría sentido común para verlo.
Sin embargo cuando el lazo social empieza a aflojarse y el Estado a debilitarse; el interés común se altera y encuentra opositores.
Y aquí es cuando la reconciliación desaparece y la venganza se abre paso.
Un paso que continuaremos viendo la semana que viene de la mano de Espinoza.
¡Hasta el viernes!